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viernes, 7 de febrero de 2014

El Invierno del Dragón


Había una vez dos niños que se encontraban caminando por la calle, sin rumbo fijo, sin lugar para llegar. Uno de ellos de solo 10 años de edad y el otro de 12 años de edad. El invierno se aproximaba, un invierno crudo y frío, y los dos buscaban algo de comida y un techo para dormir. Huérfanos desde nacimiento, los pequeños no tenían un lugar dónde vivir. 

El mas chiquito se llama Darío y el mas grande se llama Alberto. Darío es un niño muy inteligente y con un gran corazón, y que además sabe cocinar algunas cosillas que aprendió a sus cortos ocho años. Alberto, por otro lado, es un niño muy hábil para el dibujo y la pintura.

Un d
ía, platicando con sus amiguitos de la calle como de costumbre, escucharon que un circo llegaría al pueblo. Un circo grande lleno de animales y con muchos payasos, un circo que tenia incluso delfines. A ellos les encantaban los circos, especialmente amaban ver a los payasos. 

Ésta puede ser nuestra oportunidad para poder tener un hogar para vivir.- dijo Darío. 

Cuando el circo llegó al pueblo, Alberto y Dario salieron emocionados, corriendo con gran alegría en busca de su encuentro. Al llegar al lugar donde se estaba instalando el circo, los dos se detuvieron y se quedaron pensando por unos minutos.

No podemos llegar solo así y pedir que nos den de comer. - dijo Alberto
Qué tal si los ayudamos a instalarse, y entonces así podrán darnos algún taco para comer. - Dijo Dario

Al entrar al circo, los dos niños vieron a una linda joven, de cabello castaño, delgada, de grandes risos y grandes pestañas, de ojos claros como la miel y una tez blanca como la leche, posiblemente andaba en sus 20 primaveras. Se llamaba Diana, una señorita rusa muy elegante y de voz delicada.  Los niños a pesar de su corta edad y llenos de inocencia se quedaron mirándola por unos segundos, quizás fue mas la sorpresa de ver a una extranjera que la belleza de Diana. Alberto decidió plasmar su imagen en un hermoso dibujo. Rápidamente empezó a dibujar sobre una libreta vieja que siempre cargaba. Con destreza plasmó su lindo rostro y una hermosa gran flor púrpura en el papel. Alberto le título: El Dragón. 

Lo que los niños no sabia es que Diana era la hija de la dueña del circo. Cuando Alberto terminó el dibujo, Diana ya se había percatado de lo que hacia su pequeño visitante. Alberto rápidamente arrancó la hoja de papel y se la regaló a Diana. Ella quedo asombrada por su agilidad para dibujar. Sin embargo, Diana no dijo nada, solo un ¡gracias! y de su rostro se mostró el destello de una frágil y radiante sonrisa.

A lo lejos, dos jóvenes de 25 y 27 años (hermanos de Diana) observaban cuidadosamente la escena. Sus nombres eran Freddy y Javier. Dos chicos robustos y altos, que formaban parte de la función como acróbatas en los anillos. Después de un rato decidieron acercarse para hacer platica. Los jóvenes eran muy amables y respetuosos y tenían un gran corazón. Al ver ese singular cuadro se sintieron conmovidos por los niños y entonces decidieron iniciar la conversación con Alberto y Dario. Los niños, al tener la atención de los jóvenes se entusiasmaron y se sintieron felices al ver a estos dos acróbatas a un lado de ellos. Freddy y Javier estuvieron platicando con los niños por un buen rato. 


Podríamos decirle a mamá que los adopte, siempre nos hace falta ayuda en el circo y creo que puede ser una buena idea tenerlos abordo.- dijo Freddy

Velozmente, Freddy y Javier jalaron a sus dos nuevos amiguitos y decidieron presentarlos con su mamá y con toda la familia del circo. Diana se quedo en la puerta, contemplando el dibujo que tenia en sus mano. Freddy, Javier, Alberto y Dario caminaron hacia el vagón principal del circo. Los telones se abrieron y sus caritas se iluminaron, especialmente sus ojitos que destellaron una gran luz de felicidad y asombro. Todos los acróbatas, payasos, trapecistas y uno que otro animalito estaban ensayando para su próximo acto. Era impresionante verlos a todos juntos al unisono de una canción, trabajando y al mismo tiempo disfrutando de su tiempo. Los niños quedaron maravillados e inmediatamente su corazón se les lleno de gozo y alegría. Tenían una esperanza.

Doña María, la mamá de los jóvenes, los vio venir. No era la primera vez que la señora veía niños emocionados, ni mucho menos entrar de forma ilegal al circo. 


Cuando por fin llegaron con la señora María, ella preguntó - ¿qué hacen aquí?, ¿qué quieren?, ¿qué pueden hacer por nosotros?.
Alberto, como un rayo respondió - ¡Yo puedo dibujar! y mi hermanito puede cocinar.

Lentamente, la mamá de los jóvenes acróbatas se alejo para platicar con Freddy y Javier y entender claramente de que se trataba este teatro. Alberto y Dario observaban la escena con nervios y con muchas dudas en su cabeza preguntándose de qué tanto hablaban. Pero por otro lado, se sentían  muy gozosos al imaginar que éste podría ser su hogar y finalmente dejar de andar rodando por las calles y mendigando un pedazo de pan. Era como un hermoso sueño, un sueño que siempre quisieron que se hiciera realidad. 

Doña Maria, que tenia la obligación de cuidar y administrar el circo, no tenia mucho dinero, de hecho estaba casi en quiebra, y aunque, como bien decían los jóvenes, que ella también tenia un buen corazón, no podía darse el lujo de adoptar a dos pequeñines huérfanos y poner en riesgo la economía del circo, no podía dejar de darles de comer a sus empleados e irse a banca rota por mantener a dos niños que apenas conocía. 

Luego crecerán y comerán mas, necesitarán más cosas para suplir sus necesidades diarias: ropa, calzado, etc. Lo siento, pero no puedo ayudarlos a los dos. Negocios son negocios. - dijo finalmente y con gran pesar Doña María a sus hijos.

Después de unos minutos Doña María, Freddy y Javier se presentaron nuevamente con sus pequeños invitados.

Darío, tú puedes quedarte y ayudarme en los quehaceres de la casa. Quizás podrías ayudar también en la cocina. Sin embargo, con todo el dolor de mi corazón no puedo ayudar a Alberto. Él no sabe hacer mucho, y creo que no podría ayudarnos, tengo mucha bocas que alimentar y dos bocas más sería muy pesado para mi. No se de qué forma podría desquitar su bocado.- dijo Doña María, tratando de buscar una solución.

Alberto se sintió triste por escuchar esa respuesta que dentro de él no quería conocer. Alberto replicó - pero, Doña Maria, déjeme quedarme, yo puedo dibujar bien, puedo ayudar a barrer, le hice un bonito dibujo a su hija.

Doña María, ofendida por la replica de Alberto le dijo con voz rígida y algo molesta - Tú no me vas a venir a decir que tengo que hacer, ya te dije NO y es mi última decisión, vete de aquí con tu dibujo.


Doña Maria fué a quitarle el dibujo a Diana. Regreso, lo miró y se lo tiro en sus pies al pobre de Alberto. El hermoso dibujo fue a dar a un charco de agua. El bello dibujo se fue borrando lentamente y solo quedó una marca de agua que dejaba ver tenuemente lo que antes era la flor purpura. Al ver ésto, Dario se sintió afligido, especialmente se lamentó de dejar solo a su amigo y hermano, entonces le dijo - Si el no se puede quedar tampoco yo, somos amigos y hemos prometido estar juntos siempre, perdón. Darío tomó la mano de Alberto, dieron media vuelta y emprendieron su salida rápidamente. Temerosos, apenados y derrumbados sintieron como su corazón se rompía en pedacitos. Su última oportunidad de tener un hogar se les había colado por sus manos, se había marchitado la flor purpura. Al estar del otro lado del bello circo solo les quedo el contemplar la magnificencia de las carpas del circo y ver la tristeza en varios rostros de sus anfitriones.

Sus estomaguitos sentían hambre. Tenían ya varios sin probar bocado, solo pedazos de comida que encontraban en algún basurero o que alguien les regalaba por el camino. Ya habían transcurrido varios días desde que el circo se había ido. Vagaron d
ía tras día. El invierno llego y los abrazo suavemente con sus dedos helados. Era un frío terrible, acompañado de algunas lluvias que traían pequeños granizos. La nieve se amontonó en las calles. La gente se acobijo en sus casas, pero Alberto y Darío seguían sin tener dónde dormir, ni ropita que acobijara sus cuerpecitos. Solo pedían comida y un hogar para poder pasar el invierno. Pero nadie los veía  parecía que no existieran. Nadie se percataba que estaban ahí, acurrucados en una esquinas. Dormían en cualquier lugar que tuviera hubiera un poco de calor y sin lluvia que tocara su piel. La navidad llego y la gente los olvido, no había ojos que los volteara a ver y no había mano que se extendiera. Los niños fueron quedando sin fuerzas. Solo un abrazo entre ellos es lo que les daba un poco de abrigo.



Un d
ía, alguien tocó a mi puerta, y al abrirla me encontré con dos hermosas caritas. Era Alberto y Darío. Pero no venian solos, estaban con otros niños, mucho niños detrás de ellos. Todas esas caritas brillantes con una luz hermosa. Tenían ropas nuevas, como batas blancas y muy limpias. Todos, pero en especial Alberto y Darío desprendían una aroma a incienso. Me quede sorprendido, Dario me dió la mano y me sonrío. 

Señor, no se preocupe por nosotros porque finalmente hemos encontrado un hogar y ahora estamos todos juntos. - dijo Darío. Me sonrieron todos juntos, entonces Alberto estiró su manita y me entrego un dibujo. Los niños se veían muy contentos y felices, pero algo dentro de mi invadía de tristeza mi corazón. Por unos minutos no despegué mi mirada de ellos, pero después miré aquel dibujo. Al ver la hoja de papel, solo percibía una ligera marca de agua, no lograba distinguir el dibujo claramente pero después me di cuenta que era un dibujo de una hoja seca de maple. Al no saber que significaba, regresé rápidamente mi mirada a ellos para preguntarles y decirles que entraran, pero ya no estaban ahí, solo quedaba un gran brillo que iluminaba mi puerta, todos habían desaparecido como ángeles que no se dejan ver. En su lugar me había quedado con ese hermoso regalo.

Mis comentarios:

Cada invierno, especialmente en navidad y año nuevo, nos olvidamos de la gente que está afuera, comemos pero nos olvidamos de pedir por los que no tienen un bocado cada día. Este año piensa en ellos, ayudemos a los que nos necesitan. Afuera hay mucha gente que está sola y necesitan de nosotros, de un poco de amor y amistad. Recordemos que la navidad es para dar y compartir, para ayudar y enseñar. No perdemos nada y ganamos mucho. Ensancha tu corazón y comparte lo mucho o poco que tienes. No te imaginas lo importante que puede ser para otras personas un poco de ayuda. El amor consiste en dar, mas que en recibir. No esperes nada a cambio cuando das algo. Siempre hay algo mas que podemos hacer.


Todos los d
ías muere gente y hay mucha gente muriendo de hambre, especialmente niños que no tienen hogar y se encuentra vagando por las calles, no por flojos, sino por que no conocen otra opción, solo conocen esa vida. La siguiente vez que un niño se te acerque, piensa si puedes hacer algo bueno por él. Ayudemos a nuestros niños a crecer en un país justo, con oportunidades y con un espacio donde vivir. Recordar que ellos son nuestro futuro. 




Cuento By Mauricio Aranda Solares

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